Un canto femenino, imperecedero y esperanzador. El Magníficat, la celebración de la grandeza de Dios que sale de los labios de María en el Evangelio de Lucas, son palabras apasionadas, hermosas y eternas sobre las que reflexiona Joan Chittister, una teóloga americana de reconocido prestigio y autora del Grupo de Comunicación Loyola. En su libro Cantos del corazón, de Mensajero, recupera este canto permeable al tiempo al que define como Un cántico revolucionario por quien lo proclama -una mujer embarazada insignificante-; por el contexto en el que ve la luz; por su contenido y el sentimiento volcado que evoca y provoca. Si nosotros entonamos hoy ese mismo cántico, sentiremos que también nuestros corazones arden.
El Magníficat es el discurso más largo pronunciado por una mujer en el Nuevo Testamento. Esa voz en una figura infravalorada en la sociedad de entonces encuentra su reflejo en mujeres de hoy: mujeres pobres que luchan por alcanzar una vida digna contra enormes dificultades, instaladas en la pobreza debido a injusticias estructurales, que habitan mundos organizados en torno a la idea de la superioridad masculina y la inhibición de los dones de las mujeres. Y desde esa situación, esta mujer de fe que escucha la palabra de Dios y actúa en conformidad con ella, canta a la misericordia y celebra las acciones victoriosas de Dios en favor de los oprimidos. Es la expresión de una esperanza que suena a bendición a otras muchas personas, en especial, las necesitadas de todas las sociedades: La mujer maltratada o explotada, quienes carecen de alimento para poner en la mesa o incluso carecen de mesa, la familia sin hogar, los refugiados, los jóvenes abandonados a sus propios recursos, los viejos de los que todos se desentienden.
Otra lección extraída del Magníficat por Chittister es de la mujer con derecho a decir no. Un rotundo no a todo lo que aplasta a los humildes: Al cantar el gozo que le produce la victoria de Dios sobre la opresión, María no se convierte en una mujer sometida sino en una profetisa. Es donde se convierte en modelo de quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de su vida personal y social y tampoco son víctimas de la alienación, sino que como ella, proclaman que Dios ensalza a los humildes y si es necesario, derriba del trono a los potentados, como así descifraba el papa Juan Pablo II. Estos días el papa Francisco también miraba desde el Magníficat hacia tantas situaciones dolorosas actuales, en particular a aquellas de las mujeres oprimidas por el peso de la vida y del drama de la violencia, de las mujeres esclavas de la prepotencia de los poderosos, de las niñas obligadas a trabajos deshumanos, de las mujeres obligadas a rendirse en el cuerpo y en el espíritu a la concupiscencia de los hombres.
Chittister extrapola esta negación a la luchas de las mujeres por su plena participación en la Iglesia: Los cambios radicales que celebra el Magnificat están llenos de significación para nosotros, argumenta. Para esta teóloga, las mujeres católicas luchan a brazo partido con el alcance que tiene este cántico para su propia postura subordinada en las estructuras de la iglesia actual.
Con todo, esta apasionada alegría contagia a hombres y mujeres e invita a participar en la lucha para construir un mundo más pacífico y justo:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
Mi espíritu festeja a Dios mi salvador,
porque se ha fijado en la humildad de su esclava
y en adelante me felicitarán todas las generaciones.
Porque el poderoso ha hecho proezas,
su nombre es sagrado.
Su misericordia con sus fieles continúa
de generación en generación.
Su poder se ejerce con su brazo,
desbarata a los soberbios en sus planes,
derriba del trono a los potentados
y ensalza a los humildes,
colma de bienes a los hambrientos
y despide vacíos a los ricos.
Socorre a Israel, su siervo,
recordando la lealtad,
prometida a nuestros antepasados,
en favor de Abrahán y su linaje por siempre (LC 1, 46-55).