Un nuevo motu proprio del Papa Francisco del 16 de julio –Traditionis custodes– redefine las modalidades de uso del misal preconciliar, la misa tridentina aprobada en 1962 y en vigor hasta 1970. Una reforma sobre otra reforma de su antecesor, Benedicto XVI, en 2007, bajo el motu proprio Summorum Pontificum. El actual pontífice ha detectado, con pena y preocupación, un riesgo grave de división dentro de la Iglesia a través de una encuesta promovida por la Congregación para la Doctrina de la Fe entre los obispos. Aquellas concesiones magnánimas han sido utilizadas «para aumentar las distancias, endurecer las diferencias, construir oposiciones que hieren a la Iglesia y obstaculizan su camino, exponiéndola al riesgo de la división”. Por ello, entre otras novedades, devuelve al obispo la responsabilidad de regular la celebración según el rito preconciliar “siguiendo las orientaciones de la Sede Apostólica». Revierte así la decisión del papa Benedicto de ofrecer la posibilidad de celebrarla con el Missale Romanum tridentino -versión aprobada por Juan XXIII en 1962- sin tener que solicitar autorización previa a Roma o al obispo del lugar. Entonces, fue una decisión no muy bien acogida, ni si quiera en la curia, aunque ratificara, al final del documento, que la reforma litúrgica posconciliar «es y seguirá siendo […] la forma normal».
Aquel gran debate público está en el libro Benedicto XVI, una vida. Su autor, Peter Seewald, refleja el testimonio de Benedicto, contextualizando históricamente aquella decisión: «en muchos lugares no se celebraba de una manera fiel a las prescripciones del nuevo misal, sino que este llegó a entenderse como una autorización e incluso como una obligación de “creatividad”, lo cual llevó a menudo a deformaciones de la liturgia al límite de lo soportable», explica en su página 872 del libro del sello Mensajero. Así que su idea era promulgar normas claras con las que pretendía «liberar a los obispos de tener que valorar siempre de nuevo cómo responder a las diversas situaciones».
Entre otras críticas, se interpretó como una concesión a la Fraternidad San Pío X, algo que tacha de absolutamente falso. «Para mí era importante», explica en una de las innumerables entrevistas, «que la Iglesia fuera coherente con su pasado». «Que lo que antes era lo más sagrado en la Iglesia de repente se convierta en algo prohibido».
A lo largo de esta biografía, honda y reflexiva del pontificado de Benedicto XVI, se construye aquel debate eclesial, rico e importante. Se responde a las críticas de las asociaciones judías, que atacaban aquel texto del rito antiguo para el Viernes Santo: Oremus et pro perfidis judaeis, «Oremos también por los pérfidos judíos», que posteriormente cambió el mismo Papa. Y se recuerdan las palabras del cadernal Kurt Koch, calificando la reforma como la decisión más relevante de su pontificado.