El Grupo de Comunicación Loyola está comprometido con la difusión del diálogo y del encuentro entre la ciencia y la religión. Con la publicación de la colección de los libros de la Fundación Templeton así como el pensamiento de nuestros autores, la editorial jesuita tiende puentes entre dos áreas que aparentemente son completamente opuestas. El profesor Leandro Sequeiros SJ es especialista en este diálogo. Entre sus manos y a través de su extenso conocimiento, muchos de nuestros libros pasan su filtro. El es jesuita, doctor en Ciencias Geológicas, licenciado en Teología (Granada, 2000); catedrático de Paleontología (en excedencia desde 1989). Ha sido profesor de Filosofía de la Naturaleza, de Filosofía de la Ciencia y de Antropología filosófica en la Facultad de Teología de Granada. Miembro de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Zaragoza, del Consejo de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas (UNIJES), adjunto a la dirección de la revista Pensamiento, vicepresidente de la Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin (sección española) y presidente (desde mayo de 2020) de la Asociación Interdisciplinar José de Acosta (ASINJA).
Entre todos los publicados por el GCL de la Fundación Templeton ¿cuál recomendaría a los lectores?
Recomendaría uno de los últimos publicados, firmado por Peter Harrison, Los territorios de la ciencia y la religión, el número 19 de la colección. Lo recomiendo porque su orientación coincide mucho con la línea que seguimos en la Cátedra Francisco J, Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión y con la línea de la Asociación Interdisciplinar José de Acosta (ASINJA), de la que acabo de ser nombrado presidente. Esta cátedra de la Universidad Pontificia Comillas apadrina esta colección, aunque no se identifica necesariamente con la orientación de todos los libros publicados. Fue fundada en 2003 y desde sus inicios se integró en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería (ICAI) como foro de reflexión y discusión sobre aquellos temas que se encuentran en debate en la sociedad del siglo XXI, entre el conocimiento científico y tecnológico y el conocimiento religioso. Todo ello en un ámbito abierto a la diversidad de enfoques, abierto a la participación tanto de creyentes (de las distintas religiones y confesiones) como de no creyentes, y también a la participación de todos cuantos en nuestra sociedad se presten al diálogo y a tender puentes intelectuales, actitudinales y de acción social desde un pensamiento racional riguroso.
¿El diálogo entre ciencia y religión, a medida que se ahonda en sus desencuentros tiende a aumentar las distancias entre ambas disciplinas o están «condenadas a encontrarse»?
Sinceramente, creo que no ha habido tantos desencuentros, y estos no han sido tan violentos como algunos autores han intentado hacernos ver. Precisamente algunos de los volúmenes de la colección Ciencia y Religión es lo que demuestran. En este sentido, John Hedley Brooke, en su libro Ciencia y Religión. Perspectivas históricas, de 2016, Peter Harrison en Los territorios de la ciencia y la religión, de 2020, y Iam G. Barbour, en El encuentro entre ciencia y religión. ¿Rivales, desconocidas o compañeras de viaje? Presencia Teológica, 2004, reconocen que hoy más que nunca, el diálogo y el encuentro es mucho más factible que en otros tiempos. Estamos en un buen momento porque está cambiando la mentalidad de la gran mayoría de los científicos (son menos positivistas), de los filósofos (son menos dogmáticos) y los teólogos (están más abiertos al diálogo).
Lleva dedicado a este diálogo prácticamente toda su vida como jesuita y científico. Sin embargo no sé si es una cuestión que interpele y genere curiosidad a otros creyentes. ¿Cree que debería abrirse más sus interrogantes a los creyentes? ¿Por qué?
Algunos científicos de ideas muy fijas (pero con mucho poder mediático, como Richard Dawkins, Daniel Dennett y Sam Harris) han comparado el daño que hace el COVID-19 con el daño que hacen las religiones. La palabra “ciencia” llena hoy muchos espacios de nuestra sociedad. Por ello, se suele hablar desde hace años de que vivimos “La Era de la Ciencia”, un período de la humanidad en el que la ciencia y los científicos deben iluminar el camino por lo que avance la sociedad. Precisamente, en el diario El País del 6 de junio, en el apartado “ideas”, se inserta un artículo sobre con el título que la ciencia revolucione la política. Se pide que los científicos protagonicen los cambios sociales y no los políticos. La palabra “ciencia” y “científicos” aparece con frecuencia en las redes sociales y esto debe interpelar y generar curiosidad a los creyentes formados. “La idea de que cada nuevo avance científico es un clavo más en el ataúd de Dios está muy extendida entre el público”, escribe el matemático de Oxford y profesor de Fe y Ciencia John C. Lennox en capítulo 1º de su libro ¿Ha enterrado la ciencia a Dios? Tal vez este texto sea un tanto exagerado. Pero desde mi punto de vista y desde mi experiencia de casi medio siglo en este campo, muchos creyentes adultos en su fe en Europa no poseen herramientas intelectuales para integrar los interrogantes y retos de la Era de la Ciencia en unas vivencias y expresiones religiosas que hoy se quedan ya demasiado cortas.
¿Qué cuestiones faltan en la divulgación para que este diálogo ciencia y religión tome un lugar relevante?
Creo que hay una cuestión importante: los cristianos adultos apenas tienen formación sobre el cientificismo como ideología justificadora de que las tradiciones religiosas son irracionales y deben ser reprimidas o reducidas a la esfera privada. Esta es hoy una especie de religión secular: la de un laicismo (no laicidad) fundamentalista. Los tecnólogos, los tecnócratas y los expertos son los sacerdotes de esta nueva religión. Organizada jerárquicamente, esta Iglesia universal está profundamente relacionada con el poder político, militar y económico. «Sólo el conocimiento científico es un conocimiento verdadero y real; es decir, sólo lo que puede ser expresado cuantitativamente o ser formalizado, o ser repetido a voluntad bajo condiciones de laboratorio, puede ser el contenido de un conocimiento verdadero». De acuerdo con esto, «el conocimiento científico es universal, válido en todo momento, en todo lugar y para todos, más allá de las sociedades y las formas culturales particulares».
Las posturas históricas que han relacionado la fe cristiana y la ciencia:
- Conflicto: la postura que ahonda en el conflicto (y por tanto, en la imposibilidad de un diálogo) se dio sobre todo en el siglo XIX bajo la influencia del libro de J. W. Draper, Historia de los conflictos entre la Religión y la Ciencia. Esta lucha abierta, se alimentó, por un lado, de una postura de grosero materialismo científico, y por otro lado, de un literalismo bíblico fundamentalista que hacía imposible cualquier tipo de encuentro.
- Independencia: otra de las posturas entre fe cristiana y ciencia es la de la independencia, dos magisterios diferentes, con metodologías diferentes y objetivos diferentes y por ello nunca se pueden encontrar. Muchos cristianos evangélicos y cristianos conservadores propugnan esta postura. Ciencia y religión no se encuentran y tan científica es la ciencia de la evolución como la ciencia de la creación.
- Diálogo: la postura del diálogo supone unas relaciones constructivas entre ciencia y religión que deben superar los conflictos o la independencia. Se sitúa gradualmente hacia una mayor postura de integración, como veremos. El diálogo presupone la aceptación por ambas partes los límites del conocimiento científico y del conocimiento teológico, y explora las semejanzas entre los métodos de la ciencia y de la religión y analiza los conceptos puente que permiten unas relaciones transdiciplinares.
- Integración: como culmen de este proceso de diálogo está la emergencia de formulaciones nuevas que constituyen lo que se denomina interdisciplinariedad, un intento de reelaboración conceptual y metodológico que permite aceptar la complementariedad de saberes dentro de un universo de límites difusos pero que acepta la legítima autonomía de cada disciplina. No se trata tanto de lanzar puentes cuanto de construcción tolerante y plural de interpretaciones del mundo siempre provisionales y éticamente elaboradas. En el pasado, fue la llamada Teología Natural la que estableció constructos teológicos asentados desde los datos de las ciencias empíricas. Más modernamente está el intento denominado Teología de la Naturaleza, según la cual los conceptos teológicos se reelaboran dentro de los macroparadigmas elaborados por las ciencias, de modo que sean comprensibles a los humanos de nuestra época. Qué duda cabe, que el Vaticano II en la Gaudium et Spes hizo notables esfuerzos de relectura teológica de la realidad social y natural.