Si estás leyendo esto, ya sabrás que en unos meses la Iglesia Católica celebrará en Roma el llamado Sínodo de los Jóvenes. Podría ser un sínodo pensado especialmente para involucrar a los jóvenes católicos. Todo un macro-evento lleno de sotanas, alzacuellos y preciosos discursos, diseñado para que los jóvenes por fin se animen a participar ilusionados en la vida de su parroquia o en organizaciones católicas y movimientos laicos. Bueno, ese sería el Sínodo perfecto para muchos. A un problema interno, una solución en clave interna. ¿Pero es ese el sínodo que busca el Papa Francisco?
Y la respuesta la encontramos en su libro La valentía de ser feliz, al hablar sobre el propio sínodo: «Este es el sínodo de los jóvenes, y queremos escucharlos a todos ellos», incluidos, según dice, los jóvenes que se han alejado de la Iglesia o los que se cuestionan la existencia de Dios. «Cada joven tiene algo que decir a los otros, tiene algo que decir a los adultos, tiene algo que decir a los sacerdotes, a las religiosas, a los obispos y al papa. Todos tenemos necesidad de escucharos».
Francisco es sin duda el Papa de la intuición. Sabe adelantarse, percibir la realidad en profundidad y mirar el futuro a lo ancho. Una forma de utilizar la mente y el corazón mucho más amplia y práctica, en donde los problemas se afrontan desde la perspectiva de quien no quiere dejar a nadie atrás. Una mirada a quienes son los protagonistas, no los ayudantes.
¡Ahí está el quid de la cuestión! ¿Qué son los jóvenes para la Iglesia? ¿Los que amenizan la misa del domingo con sus guitarras y cantos? ¿Los que ayudan en la parroquia como voluntarios? ¿O son los protagonistas de una vivencia espiritual que al propio Jesús le encantaba y buscaba? Energía, ilusión, fortaleza, deseo de cambiar las cosas, de construir un mundo mejor ¡Verdad y Justicia!
Francisco lo tiene claro: los jóvenes necesitan a la Iglesia, pero la Iglesia necesita mucho más a los jóvenes. A los de hoy y a los de mañana. La Iglesia necesita aprender de ellos -ponerse en su piel y experimentar sus realidades físicas y espirituales- para saber regalar palabras y obras de esperanza, consuelo y acogida. Para ayudarles a discernir un futuro de unión y entendimiento. La Iglesia necesita a los jóvenes para no perder la maravillosa fuerza y el empuje que inspira la figura Jesús. Esa intuición de Francisco siempre ha sido acertada: si la Iglesia no se vuelve joven, poco a poco se marchitará hasta extinguirse.
Desde el mismo momento de su elección, Francisco parecía intuir esta profunda misión. Ese tender puentes hacia los jóvenes de todo tipo, se ve en muchos de sus discursos la mayoría espontáneos-. Sus mensajes son la brújula perfecta para no perder el rumbo en este año en el que la Iglesia Católica puede intentar conquistar a los jóvenes , o dejarse conquistar por ellos.