Seguramente te haya pasado. Te toca hablar en público, y cuando te pasan el micrófono… ¡vas y comienzas con una disculpa!
Perdonen por mi voz,
Disculpen si me notan algo nervioso, ya que es la
primera vez que hago una cosa así,
Lo primero que quiero es pedirles perdón,
Siento haber llegado tarde, pero ya saben cómo está el tráfico a estas horas.
Lamento tomar la palabra después del orador que me ha precedido…
Y es entonces cuando te das cuenta. -Ya la he liado-, piensas. Inesperadamente, en ese momento perdiste la atención de tu público. ¿Por qué? Pues porque como dice el dicho: «Explicación no pedida es culpabilidad admitida».
Este es un buen consejo que nos dejan Germán González Andrés y Ana María Liñares Gutiérrez, dos grandes gurús españoles de la formación y dirección de empresas, en su libro ‘El narrador de emociones‘. Un libro en el que nos enseñan estrategias y valores para comunicar de una forma más efectiva cuando nos toca hablar en público. Estrategias de cambio (un des-aprendizaje en toda regla), que comienza en nuestro vocabulario, en las palabras: en las que decimos y en las que escuchamos. Su consejo es que cuidemos bien las palabras que vamos a utilizar, pero no para un postureo de especialistas, sino para cautivar; para narrar emociones. Porque las palabras pueden mejorar el mundo. Las ideas que han de ser transmitidas son aquellas que nos hacen más humanos, que nos permiten conocer mejor nuestra historia, potencialidad y posibilidades.
La verdad es que quien consigue narrar las emociones, adquiere también capacidades múltiples: capacidad de aprender, de escuchar, de construir el propio pensamiento y de comunicar. Cualquier cosa que uno diga o haga, o deje de decir o de hacer, está ya comunicando.
Así que ya sabes, para comunicar una emoción que cautive a tus oyentes, en lugar de una disculpa, rompe el hielo de tu intervención contando algo que te haya ocurrido o sobre lo que quieras opinar.