No corren buenos tiempos para citar a santos en nuestro entorno. Pero la sabiduría de algunos grandes de la historia como Vicente de Paúl ha de ser reconocida como un patrimonio no sólo de la Iglesia, sino de la Humanidad. Y éste como otras personas del mundo de la salud es un grande. ¡Un gigante de la caridad!
No habíamos inventado aún los cuidados paliativos, la profesionalización de los expertos en el final de la vida, ni habían asociaciones de familiares de enfermos de alzhéimer. Pero personas como Vicente de Paúl, entendieron hace varios siglos algunas claves esenciales para de lo que sería el acompañamiento y la ayuda en el ámbito sanitario. Valores que estaban en el más sencillo -y a la vez más complejo- sentimiento humano: el Amor. O los dos amores -como él decía-.
San Vicente nos habla primero del amor afectivo, el amor de los comienzos: apasionado, feliz y fuerte. Es ese amor que ponemos en aquello o aquellos que despiertan belleza, ternura y una alegría y esperanza enorme en el futuro. Y luego, está el amor efectivo. Es un amor que desciende hasta las responsabilidades últimas. El amor hacia aquello que parece condenado, aislado, olvidado o desatendido. Es en definitiva, el amor que crece en las trincheras y en las fronteras. El amor responsable que entiende la necesidad de arrimar el hombro. De actuar por el bien y la dignidad de quienes sufren o padecen.
Nuestro autor José Carlos Bermejo, en su libro , nos habla de esta hermosa manera de vivir y de contemplar la humanización de la salud.
¡Merece mucho la pena conocerlo!