Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales recomendaba hacer un Examen diario de conciencia en forma de oración reflexiva (de unos 10 minutos), y lo pensó para rezarlo dos veces al día: una por la mañana (o al medio día) y otra por la noche antes de ir a dormir.
Así contado parece sencillo, pero este Examen requiere compromiso, y sobre todo, honestidad con uno/a mismo. Y ojo, que aquí no vale autoengañarse, porque con este examen lo que buscamos es la verdad, la mejor comunicación con Dios.
El jesuita Mark E. Thibodeaux, en su libro Recrear el examen ignaciano, ha profundizado en los puntos que invita a realizar san Ignacio, actualizándolos a las cuestiones y problemas a los que hacemos frente varios siglos después. Y uno de los puntos que Ignacio más destacó en esta oración era la necesidad de pedir el Espíritu de Dios.
¿Pero para qué invocar a Dios ahora? En el Examen vas a conocer tu lado más oscuro -que todos lo tenemos-, y qué mejor, que hacerlo de la mano de quien mejor te conoce y quien te puede guiar por los pasillos más seguros de tu complejo laberinto. Le estás pidiendo a Dios que te llene de su Espíritu, para que él te guíe en este difícil repaso del alma. De lo contrario, corres el riesgo de esconderte en la negación, regodearte en la autocompasión o arder en autodesprecio.
Y ahora que te has puesto en las manos de Dios, ya puedes empezar a fijarte en los momentos de tu jornada en los que no has actuado tan bien. ¡Pero eso ya es otro paso!