La última novela de Pedro Miguel Lamet –Deja que el mar te lleve-aborda la problemática de búsqueda del hombre actual desde la óptica de un veterano periodista que, al huir al chalé junto al mar de su infancia, afronta su pasado y el sentido de la vida. Preguntamos al autor:
-¿Por qué esta novela de pura ficción ahora, cuando en su obra abunda sobre todo la novela histórica?
-En parte por saturación de la novela histórica, para hacer una pausa, y en parte por la necesidad de dar libertad a mi pluma sobre la crisis íntima que sufre el hombre contemporáneo. Sin embargo la primera novela que publiqué no era propiamente histórica, Esto es mi cuerpo (1955), republicada más después con el título El teólogo prohibido, centrada en la Teología de la Liberación en Latinoamérica.
-¿Qué diferencias encuentra entre escribir una novela histórica y otra con narrativa de solo ficción?
-Ambas tienen ventajas e inconvenientes. La novela histórica tiene la dificultad que te pone el pie forzado de la Historia, sobre todo en mi caso, que pretendo siempre ser muy fiel a ella. (Hay otros novelistas a los que les da igual y transforman incluso a los personajes históricos como les viene en gana). Además requiere mucha documentación. No sólo sobre lo ocurrido, sino sobre la ambientación: cómo se comía, cómo se vestía, como se viajaba, las costumbres de cada época. ¿Ventaja? Que los hechos o la vida del personaje que te conducen, te llevan en volandas y tú construyes imaginativamente en torno a ese hilo conductor.
-¿Y la novela-novela?
-Que estás solo ante el peligro: la estructura, el enfoque, la historia, los personajes. Eres más libre, pero también estás más desnudo ante la creación. Luego, cuando el personaje va cristalizando en el relato, es verdad, y él también cobra vida y te va conduciendo.
-Rodrigo, el protagonista de su novela, ¿es quizás un alter ego, un trasunto de usted mismo?
-Si pretende preguntarme si es una novela autobiográfica, pues no, no lo es, como advierto explícitamente al principio. Ahora bien, toda novela nace de las entrañas del autor y está plagada de vivencias propias o ajenas. No se escribe bien, si no se ha sentido de alguna manera lo que se escribe.
-Sin embargo hay algunos rasgos que le identifican: por ejemplo creo que usted de niño sufrió una tuberculosis ósea, que aún puede apreciarse en su leve cojera actual, y muchos apuntes de infancia y costumbres gaditanas.
-Sí, el dolor de mi infancia está muy presente en la novela. Pero la temática familiar no coincide en absoluto con la mía. Afortunadamente mis padres fueron personas excelentes, mientras que los que aparecen en la novela son unos desalmados. También la historia de Silvia, la hermana de la protagonista, y otros muchos elementos son totalmente frutos de la ficción literaria. Las costumbres gaditanas intentan ser reales porque la literatura es el arte de la concreto.
-Las peripecias de los personajes que rodean a Rodrigo ¿son aplicables a la vida real actual?
-Sí; ahí hay una trasposición a la problemática actual, sobre todo al aislamiento de la clase dominante, a los marginados, inmigrantes, corruptos. Pero especialmente a la soledad del hombre y la mujer de hoy por fracasos amorosos, trabajo, etc. En ese sentido tiene algo de constatación y denuncia. Quiere ser una respuesta a la búsqueda y frustración del hombre actual.
-En su conjunto su obra es eminentemente confesional, ¿esta no lo es?
-Quiero dirigirme a un público más amplio, creyente o no. Aunque sí hay una búsqueda de lo absoluto, la presencia impalpable después de la muerte, la aceptación y superación del dolor junto al encuentro de las raíces cristianas la convierten en un viaje iniciático. Al final uno no puede renunciar sí mismo.
-¿A qué viene el componente policíaco? ¿Es un anzuelo para atrapar al lector?
-Creo que mantiene la intriga. Pero no es un ardid estrictamente policíaco. En las pesquisas de Rodrigo para esclarecer que le pasó a su hermana Silvia en el accidente de automóvil hay también otros componentes, como una investigación psicológica de quién fue realmente su idealizada hermana y sobre todo una búsqueda sobre sí mismo del protagonista.
-¿Es el chalé de La Veleta un símbolo del deterioro de la casa común, lo que ha ocurrido a nuestra sociedad actual?
-No lo he pensado, la verdad. Pero quizás sí. Siempre brota de la pluma del escritor algo que lleva en el subconsciente y que roza los arquetipos. La Veleta es la casa ideal de vacaciones de una familia feliz, la familia establecida en unos valores que quiebran cuando surge el dolor, la irrupción de la injusticia social, el hedonismo decadente, el poder del placer y el dinero. Silvia es el desgarro entre ambos mundos, y Rodrigo un náufrago que, desde la enfermedad, el desamor y la soledad, intenta sobrevivir y despertar gracias a su encuentro con el mar, símbolo de lo infinito.