Historias de ficción inspiradas en la realidad herida. El escritor Manel Fernández se estrena como joven novelista con el sello Mensajero con su trabajo Clamando al cielo. Una obra que sí, mira al cielo para iluminar desde la fe la oscuridad del alma de muchos hombres y mujeres enterrados en vida. Para Manel la experiencia de escribir es la respuesta a una vocación y a un don concedido: «Tejer historias a través de las cuales, ser transmisor de la Palabra».
¿Qué encierra el título ‘Clamando al cielo’?
Clamando al cielo es la historia del joven sacerdote Martín Louro, que deberá enfrentarse al mayor reto desde que comenzó a ejercer su vocación: liderar un programa de evangelización con un grupo de reclusos del centro penitenciario de Bonxe (Lugo). Allí descubrirá que, tras los graves delitos cometidos por los hombres con los que trata, se esconden inquietudes y caracteres muy diferentes. Todo ello, unido a una complicada relación con su padre y a sus métodos poco ortodoxos como responsable del programa, lo llevarán a vivir una serie de intensas experiencias de las que el lector, sin duda, se sentirá parte.
Ambientada en el noroeste gallego y que recorre algunos de los puntos del mismo, esta novela entrelaza las historias de unos personajes que huyen de los estereotipos y se van construyendo a través de su pasado y de intensos diálogos. El asesinato, la venganza, el abuso sexual, la explotación laboral o la corrupción, son asuntos que se tratan sin tapujos en esta obra, a través de unos protagonistas construidos con mucho celo y profundidad. En este ambiente de oscuridad, la fe aparece para intentar sacar lo mejor del ser humano o, al menos, para tratar de dar un poco de luz a unas vidas que parecen condenadas al sufrimiento.
¿Cómo se planteó la elaboración de este relato de ficción que bien puede reflejar la realidad penitenciaria?
La idea inicial de la novela era la de tratar el tema de la fe a través de personajes con circunstancias muy diferentes entre sí. Todos ellos debían tener un punto de partida distinto y una relación con la fe poco convencional. Tenía claro desde el principio que el nexo de unión de los personajes tenía que ser un sacerdote, pero cuando me planteé escribir esta novela todavía no sabía de qué manera iba a unir las historias de los personajes. Entonces, surgió la idea de que todos los personajes convergieran en algún tipo de reuniones o dinámicas de grupo lideradas por un sacerdote. Ambientarlo en una prisión, donde podía construir un trasfondo dramático y complejo para cada uno de los personajes, me pareció interesante.
Destaca su estructura ágil puesto que en 27 capítulos intercala historias de diversos personajes y del protagonista principal, Martín Louro, sacerdote.
Tenía un gran interés por construir una historia coral, donde las trayectorias vitales de los personajes se desarrollaran y se precipitaran delante de los ojos del lector. Escribir esta novela fue un reto realmente bonito y satisfactorio. Pensar e intentar relatar la manera en que Dios encauza la vida de cada uno de los personajes de maneras tan diversas y las hace coincidir en un momento determinado supuso un ejercicio de imaginación muy ameno.
Al mismo tiempo, pretendía que el lector se sintiera atrapado desde el principio por la lectura de la novela. Es por eso que decidí estructurarla a través de capítulos no excesivamente largos, entremezclando las historias de cada personaje a través de escenas muy concretas de sus vidas. Buscaba un ritmo ágil de escritura y de lectura, para que el lector acabara un capítulo con las ganas de leer el siguiente, sabiendo que en él se va a desvelar algo importante para la historia.
El protagonista principal es Martín Louro, el sacerdote que se enfrenta a la evangelización entre los reclusos. Ilumina su fe esta labor difícil y su humanidad siempre solidario y generoso. A la vez, muestra su interior contradictorio por las relaciones que mantiene con su padre. ¿Es una novela de fe pero también de humanidad que trata de vivir sus propias contradicciones y sus límites?
Cuando me planteé escribir esta novela, tenía claro que quería intentar transmitir, con todas mis limitaciones, de qué manera Dios actúa en la vida de los seres humanos. Por ello es que es una novela de fe, pues sin ella, toda la novela carecería de sentido.
Desde luego, como sus protagonistas son humanos, quería también reflejar las dos caras del ser humano, capaz de lo mejor y lo peor. En la novela, no hay ningún personaje que sea blanco o negro. Todos tienen sus tonos de grises, a pesar de que algunos de ellos han cometido crímenes terribles. No quería retratarlos de manera que su crimen definiera quienes son, sino que me interesaba también profundizar en sus miedos, inquietudes y deseos. Todos tenemos nuestros propios límites, nuestras miserias y nuestros más profundos temores. Retratar la lucha interior del ser humano contra las tentaciones tan intensas a las que es sometido es una experiencia apasionante. Es una lucha que no termina nunca y de la que estoy convencido que es imposible salir airoso sin la ayuda de Dios.
Sus protagonistas encarnan algunos de los pecados que claman al cielo. ¿Por qué repara en ellos?
Me pareció un concepto francamente interesante. En un primer momento, pensé que podía basar los crímenes cometidos por los protagonistas en algunos de los pecados capitales o algunos de los Diez Mandamientos. Descarté estas opciones, porque me parecía un recurso muy manido.
Dice al final del libro que usted escribió porque ha recibido el don de tejer historias a través de las cuales intentar ser mensajero de su Palabra. ¿Cómo encontrar esa Palabra en historias heridas?
Realmente creo que Dios nos dio a cada uno de nosotros unos talentos que no debemos enterrar, sino que tenemos que hacer fructificar de la mejor manera posible, siempre siendo conscientes de nuestras propias limitaciones. Es curioso como, muchas veces, Dios se nos manifiesta en los momentos más difíciles de nuestra vida. Es en esos momentos, cuando no tenemos nada o cuando nos parece tenerlo todo, pero nos sentimos tan vacíos que nos parece que no poseemos nada en absoluto, es cuando nos damos cuenta de que siempre nos estuvo esperando.
A veces nos llenamos la vida de cientos de cosas para camuflar nuestros sentimientos de vacío y nos envolvemos en una capa de supuesta felicidad. Cuando todo eso se desvanece, por las circunstancias que sean, y nos asomamos al abismo, cuando nada nos llena, cuando creemos que no hay nada que pueda dar sentido ya a nuestra vida, Dios se nos muestra de forma tan nítida que no podemos ignorarlo. Por eso, cuando el hombre es consciente de las heridas de su alma, es más fácil que podamos escuchar lo que Dios tiene que decirnos.