Las voces se alzan aclamando a San Romero de América. Ahora es la Iglesia la que pondrá una voz eterna a quien se proclamó en vida (Óscar Romero, El Salvador 1917-1980) la voz de los sin voz. Este 14 de octubre de 2018 serán sus palabras de ternura, de humildad y de confianza en Jesucristo las que guíen por el camino hacia el Amor. No es mi pobre palabra la que siembra esperanza y fe. Es que yo no soy más que el humilde resonar de Dios en este pueblo, decía. Mártir por servirse de la ‘violencia del amor’ para alzar aquel grito de ¡cese la represión! en su última homilía, su canonización es la oportunidad de despertar nuestras conciencias e interpelar en nuestra responsabilidad, individual y colectiva. Que sus palabras toquen el corazón de quienes las lean y engendren en ellos también aquello nuevo que el mundo espera, escribía Henri J. M. Nouwen.
«He sido frecuentemente amenazado de muerte.
Debo decirle que, como cristiano,
no creo en la muerte sin resurrección.
Si me matan, resucitaré
en el pueblo salvadoreño».
Agradecer desde el Grupo de Comunicación Loyola la férrea vocación de Monseñor Romero de expresar con palabras y con su propia vida, su fe profunda y esperanzadora, tan presente en nuestra obra. La ceremonia de canonización de Óscar Romero y Pablo VI es motivo de alegría para toda la iglesia.
«Jamás hemos predicado violencia.
Solamente la violencia del amor,
la que dejó a Cristo clavado en una cruz,
la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos
y para que no haya desigualdades
tan crueles entre nosotros.
Esa violencia no es la de la espada,
la del odio.
Es la violencia del amor,
la de la fraternidad,
la que quiere convertir las armas
en hoces para el trabajo».