Intentar hacer una lectura teologal de la crisis del Covid-19 no puede hacerse sin la perspectiva de la enfermedad, porque es un concepto que también cambia con el tiempo; basta recordar que el 38 por cierto de los pasajes de los evangelios tienen que ver con curaciones. No es exagerado afirmar que Jesús tenía vocación de sanar a las personas y comprendió la enfermedad de un modo distinto. Asimismo, la vida de san Ignacio estuvo muy relacionada con la salud y la enfermedad y cuyas actitudes, 500 años después, pueden ayudar a ubicarnos como Iglesia y sociedad en medio de una pandemia como la que estamos viviendo.
En tan solo unas semanas el mundo ha hibernado, nuestras rutinas se han visto trastocadas en un abrir y cerrar de ojos. La inactividad se ha convertido en un imperativo radical. Nos ha tocado adaptarnos a un modo de vivir donde el tiempo es superior al espacio, y donde nuestro frenético ritmo vital se reajusta a unos pocos metros cuadrados. Sin embargo, aunque las calles de nuestras ciudades se parasen no ocurría lo mismo con la acción salvífica de Dios. A poco que afinásemos los sentidos, podíamos descubrir cómo su dinámica sigue latiendo en la realidad. De forma inesperada, la actualidad también nos ha traído buenas noticias que mostraban cómo el bien fluye aún cuando se acortan las coordenadas espaciales. Con este dinamismo fluían sinergias de la espiritualidad ignaciana que tenemos asimiladas y que, en ese momento, cuanto todo parecía que iba a peor, afloraron a la superficie con fuerza y visibilidad.
Introducción al artículo Se nos había olvidado sufrir: claves ignacianas para acercarse a la crisis del Covid-19, que el jesuita Álvaro Lobo, autor de libro Más que salud, publicará en el próximo número de la revista Manresa.