Un año más, la Semana de la Ciencia y la Tecnología pone el foco en el conocimiento científico del mundo. Coronavirus, el volcán de La Palma, las nuevas y futuras investigaciones, sostenibilidad…todo ello se hace presente en un lenguaje divulgativo para acercar la ciencia a los ciudadanos. También, cómo no, desde diversos ámbitos eclesiales, es una ocasión especial para continuar avivando e iluminando la histórica relación entre ciencia y fe en un diálogo con siglos de vida.
El jesuita Agustín Udías acaba de publicar bajo el sello Sal Terrae Ciencia y fe cristiana en la historia que también con un lenguaje cercano recorre la historia de esta íntima relación entre ambas. Udías es catedrático emérito de Geofísica de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Academia Europea con obras como Principles of Seismology (Cambridge University Press, 1999), Fundamentos de Geofísica (en colaboración con J. Mezcua; 2ª ed., Alianza, Madrid 1997); Historia de la Física. De Arquímedes a Einstein (Síntesis, Madrid 2004) y títulos que abordan La presencia de Cristo en el mundo. Toda su experiencia como religioso, científico y profesor universitario la comparte en estos libros, reflejo de su pasión por mantener viva esa íntima relación. A continuación nos acerca brevemente lo que su último libro explica para todo el público:
Ya desde los primeros siglos del cristianismo, se dieron los primeros contactos entre la fe cristiana y la filosofía y la ciencia griegas, extendidas por todo el ámbito del Imperio romano. Importante es el reconocimiento ya a finales del siglo II por Clemente de Alejandría que la filosofía y en ella la ciencia es importante para y una ayuda necesaria para la teología. San Agustín ya llama la atención acerca de que el cristiano no debe, apoyándose en la Escritura, defender opiniones que la ciencia de los filósofos han demostrado que no son verdad.
En la Edad Media, se trata de llevar a cabo una síntesis más estrecha entre la ciencia entonces basada, sobre todo, en los autores de la Grecia clásica y la teología cristiana. Con el comienzo de la ciencia moderna, se da una nueva situación en la que desempeñan un papel importante los autores de la Iglesia anglicana, entre ellos científicos como Newton y Boyle, con el desarrollo de la teología natural, que ve en el mundo conocido a través de la nueva ciencia un camino hacia el conocimiento de Dios. Es precisamente, aunque no siempre reconocido, el hecho de que la ciencia moderna nace en el contexto del Occidente cristiano. Sin embargo, en esta época se da el caso de la condena de Galileo que marca un aspecto negativo en la relación en concreto con la Iglesia católica con una interferencia de la autoridad eclesiástica en el campo de la ciencia.
En la época de la Ilustración algunos autores empiezan a proponer un alejamiento entre fe cristiana y ciencia y comienzan a producirse los primeros conflictos. El desarrollo de la geología y más tarde la aceptación de la teoría de la evolución de Darwin plantea un problema con los relatos del Génesis y su interpretación literal. En ambos casos, se trataba de un cambio en la imagen cosmológica espacial y temporal que ofrecía la ciencia y a la que tenía que adaptarse la teología cristiana. Es a mediados del siglo XIX que se ha planteado, ya de una manera explícita y discutida, el problema de la incompatibilidad misma entre ciencia y fe cristiana, que sigue repitiéndose sin fundamento en algunos ambientes. En su contra, encontramos numerosos testimonios de científicos modernos que expresan su fe cristiana y que encuentran en el estudio mismo científico del mundo la presencia de Dios creador. Muchos grandes físicos como lord Kelvin, Maxwell, Faraday y Ampere mantuvieron una profunda fe cristiana sin sentir en absoluto que ello fuera un obstáculo para su labor científica; al contrario, lo consideraban un estímulo para ello. Teilhard de Chardin, jesuita científico, propone incluso una espiritualidad cristiana desde la visión científica de un mundo en evolución.